Era para muchos una final anticipada, para otros una revancha, y algunos ya lo tomaban como un clásico. Holanda y Alemania, los números 1 y 2 de Europa respectivamente, los dueños de las potentes delanteras del Milan y el Inter, se veían las caras justamente en el Giuseppe Meazza y por los octavos de final del Mundial de Italia 90. Muy temprano debía abandonar la competencia uno de los candidatos y, por ese motivo, el partido en sí fue uno de los más esperados de los últimos años.
Apenas un par de horas atrás, Argentina había dejado en el camino a Brasil, en Turín, con el agónico e inolvidable gol de Claudio Caniggia tras una mágica asistencia de Diego Maradona. El universo del fútbol quedaba a la espera del postre, del gran choque europeo entre dos selecciones que prometían deleitar a propios y extraños.
Iban solamente 20 minutos cuando Rudi Völler encaró en la mitad del campo y Frank Rijkaard lo derribó violentamente. El colegiado argentino, Juan Carlos Loustau, amonestó al volante nacido en Amsterdam quien se quedó merodeando la zona. En cuanto el alemán se incorporó y enfiló hacia el área para esperar el tiro libre, el holandés lo siguió y le dejó, a su rival, un escupitajo de novela en la ensortijada melena. El delantero teutón, enojado, gesticuló y el árbitro también le mostró la amarilla al atacante de la Roma.
Pero no todo terminó allí. Cuando la pelota volvió a estar en movimiento, Völler cargó contra Hans Van Breukelen en el aire. Arquero y puntero cayeron al piso hasta que apareció nuevamente la figura de Rijkaard que, aún furioso, fue a increpar a su rival. Loustau cortó por lo sano y echó a sendos protagonistas cuando al partido todavía le quedaban 70 minutos por jugarse. Camino a los vestuarios el neerlandés le propinó otro salivazo a Rudi que, con sangre bien fría lo miró, apuró el tranco y en un pique abandonó la cancha.
Lo que aparentaba ser un gran partido de fútbol se terminó convirtiendo en un cotejo de dientes apretados. Al descanso se fueron igualados 0 a 0 pero en el inicio de la complementaria, el conjunto de Franz Beckenbauer se encargó de derrotar a su rival. A los 6 minutos, Guido Buchwald, corrió por el sector izquierdo y envió un centro al primer palo donde Jürgen Klinsmann se anticipó a todos para abrir el marcador.
Con el 1 a 0 siguieron los roces porque Holanda no encontraba el rumbo y Alemania jugaba de contra sabiendo que, tarde o temprano, iba a liquidar la historia. Tan caliente era el cotejo que hasta Marco Van Basten vio la amarilla por una terrible patada sobre Lothar Matthäus. Pero los germanos seguían haciendo su juego y apelando a una réplica que llegó a cinco del final cuando Andreas Brehme se hamacó hacia la derecha y clavó un hermoso gol contra el poste más lejano de Van Breukelen.
El 2 a 0 parecía irremontable. Sin embargo, a los 44, Klaus Augenthaler le cometió una infantil infracción a Van Basten dentro del área y Loustau sancionó el penal con el que Ronald Koeman consiguió darle suspenso al final.
Quedaba el descuento nomás y, aunque el referí argentino dejó jugar tan sólo un minuto y medio más al tiempo reglamentario, hubo lugar para una patada de Adri Van Tiggelen sobre Karl Heinz Riedle que por poco no lo desarma en el aire. Y también, una fuerte falta de de Johnny van´t Schip contra una de las figuras del encuentro, Pierre Littbarski. Tan grande era la rivalidad que los holandeses corearon el nombre del delantero del Ajax en regalo por su entrega sin importar el fair play.
Loustau marcó el final. Matthäus fue a protestarle al árbitro por no haber expulsado a Van Basten, Klinsmann cambió camiseta con Ruud Gullit, y ambas selecciones se fueron aplaudidas de Milan. Porque era una final anticipada y porque ambas merecían llegar a ella. Sin dudas que el encuentro quedará grabado en la memoria de todos por la pronta expulsión de Rijkaard y Völler más el show de los escupitajos. Pero además de ello hubo un gran encuentro que ganó Alemania por 2 a 1; el mismo equipo que, dos semanas más tarde, derrotó a Argentina en el último partido para alzar la tan ansiada Copa del Mundo.