El sufrimiento es parte del fútbol y Argentina lo vivió en carne propia. Transpiró para ganarle a Nigeria por 2 a 1 y demostró que el corazón también juega. El equipo fue otro. La actitud floreció como las semillas de la verde gramilla. Nació un héroe impensado. Marcos Rojo se vistió de salvador con una jugada aislada en la desesperación del gol que tanto se necesitaba. El celeste y blanco se unió entre jugadores e hinchas. Todos juntos. El rendimiento futbolístico de la fase de grupos debe quedar atrás pero que quede claro: los dirigidos por Jorge Sampaoli plantearon un excelente primer tiempo y cayó en el segundo con el empate de penal. Ya está. El objetivo principal está hecho. Pasamos a octavos de final y el rival será Francia en la ciudad de Kazán.
El cambio fue rotundo. Corazón, entrega y actitud. Tres palabras que necesita cualquier plantel. Apareció otro equipo en cancha y por fin, Lionel Messi estuvo bien acompañado con dos jugadores bien cerca de él para asistirlo y combinar constantemente. El trabajo de Ever Banega (implacable en los pases al vacío y en la elaboración) y Enzo Pérez (en cercanía a Leo para arrastrar marca y morder en la mitad) modificó la intensidad de los dirigidos por Jorge Sampaoli y le sacó la responsabilidad a nuestro crack de tener que hacer todo. El 10 jugó lejos del círculo central, en dónde tiene que hacerlo siempre. El equipo tomó las riendas del juego ante la necesidad de ganar y esperó el momento para encontrar el hueco: Banega frotó la lámpara con un pase de 40 metros y dejó a Messi de cara al arquero. Control, toque hacia adelante para alejar la pelota del defensor y definición cruzada de derecha. Un golazo. De rodillas y con los brazos al cielo. Así lo festejó el crack. La Albiceleste continuó en la búsqueda: Gonzalo Higuaín no pudo definir por encima de Francis Uzoho y Messi estrelló un tiro libre en el palo. Se sufrió poco ante una sólida defensa con el poderío de Nicolás Otamendi y el buen acompañamiento de Marcos Rojo. Párrafo aparte para Nicolás Tagliafico que volvió a ser una alternativa de ataque y mostró seguridad en el fondo.
En tan poco tiempo, la pelota nos jugó una mala pasada. Un agarrón en el área de Javier Mascherano cobrado por el turco Cuneyt Cakir (exageración del juez, existen «miles» de penales como esos) le robó la sonrisa de la primera tapa. Estupendo gesto técnico de Victor Moses y una igualdad como baldazo de agua fría. Y ahí todo se cayó. Desapareció el gran funcionamiento de los cuarenta y cinco iniciales y empezaron las dudas. Solo una llegada de Gonzalo Higuaín fue generado por la albiceleste y encima tuvimos que sufrir en el arco de enfrente con una mano casual de Rojo aunque obviada hasta por el propio VAR. Pareció penal. Adentro: Agüero, Pavón y Meza. Y la clave: Franco Armani. El arquero de River tapó la pelota del partido, un mano a mano de esos que definen resultados. Y así fue. La solución llegó con la fórmula menos pensada. A falta de cuatro minutos, Gabriel Mercado envió un centro y Marcos Rojo la mandó a guardar a la ratonera. Explosión y desahogo para una clasificación a octavos que se gritó en todo el mundo por nuestros hinchas tan apasionados.
Corazón Rojo. Corazón que late. Corazón que respira ante tanta algarabía. Tanto grito atragantado en una primera fase sufrida y cansadora. Empieza otra historia porque los jugadores mostraron otra actitud y el hambre de gloria que tanto piden los hinchas y pedimos nosotros, los periodistas. El alma de Argentina está más viva que nunca y ahora a pensar en Francia. No será fácil pero tampoco nos den por vencido.