Una Copa del Mundo, o mejor dicho dos, generaron un vuelco clave en la historia del deporte más fascinante del globo terráqueo para los Yankees. Italia 90 fue el renacer futbolístico para un país que cuatro años después organizó su primer Mundial y, luego, creó la liga profesional de balompié en su territorio.
A finales de la década de los ochenta se abrió una gran oportunidad para los Estados Unidos en cuanto a apostar por el fútbol. En 1988 FIFA confirmó que en su país se llevaría a cabo la cita máxima durante el verano de 1994 y, ese mismo año, también suspendió a México de cualquier tipo de competencia por incluir mal un grupo de juveniles en un certamen. El plato estaba servido para un seleccionado que conocía de pelotas ovaladas, pequeñitas, o aranjadas.
Sin el elenco azteca, las eliminatorias de la CONCACAF eran una invitación a que varios países pudieran soñar con un lugar en Italia 90. Costa Rica consiguió el primer boleto pero faltaba una plaza más y, los dirigidos por Bob Gansler, tenían la durísima tarea de ganarle obligatoriamente a Trinidad y Tobago en condición de visitante. Misión Imposible y no precisamente para rodar en Hollywood.
El entrenador armó un plantel con muhcos jugadores universitarios o que practicaban fútbol de manera semi-amateur. «Queríamos tipos con huevos que pudiesen manejar la situación» le afirmó el DT al diario inglés ´The Guardian´ varios años más tarde en el armado de un documental sobre aquél nacimiento de una nueva era para los Yankees.
El periódico inglés reconoció las palabras del propio Gansler en su apuesta: «Formemos un equipo no sólo para 1990 sino para la década». Y con sus reglas, con su forma de ser, elaboró un método de trabajo profesional del cual los chicos universitarios varias veces creían excesivo pero debían acatarlo. Lo que los jugadores no sabían era que estaban escribiendo la historia ellos mismos en ese preciso instante.
Antes de clasificar a Italia 90, los miembros de la Selección de Estados Unidos cobraban cinco dólares por día a modo de viáticos. Después de obtener el pasaje a la Copa del Mundo derrotando a Trinidad y Tobago la historia cambió. Llegaron las grandes marcas y hasta les hicieron firmar un contrato para multiplicar por más de cien sus ingresos. El suelo de los protagonistas ahora de 40 mil ´pavos´ por año.
«Éramos los conejillos de indias» le reconoció Bruce Murray a ´The Guardian´. Nadie apostaba a que los Yankees pudiesen vencer a los triniteños con un clima muy hostil y un estadio pintado de colorado. Ese 1 a 0 en Puerto España les significó un boleto a la cita máxima pero los jugadores quedaron exhaustos. Gansler fue el único que se tomó todo con calma y bebió una cerveza en el vestuario ganador.
Ir a un Mundial después de cuatro décadas le abrió más puertas a Estados Unidos. Adidas tenía contrato pero Puma se acercó a algunos miembros de aquél elenco para ofrecerles más indumentaria y un premio de 10 mil dólares por lucir su marca. Claramente no pudieron aceptarlo. Ni el DT ni la Federación rompieron el contrato que tenían con la empresa de las tres tiras.
«Estábamos en el mejor momento de nuestras vidas y estábamos peleando por cuánto nos pagaban» recordó John Stollmeyer al periódico inglés. El batacazo fue tal que la manera de vivir cambió para todos. Paul Krumpe dejó de ser ingeniero aeroespacial para convertirse en futbolista profesional. Atrás quedaron sus proyectos de la famosa companía McDonnell Douglas, el volante ahora sería un pasajero frecuente de ese tipo de aviones en jogging y zapatillas.
Perder 5 a 1 con Checoslovaquia en el debut de Italia 90 sacudió el buen clima que había dentro del plantel. Muchas preguntas recaían sobre si realmente Estados Unidos debía dedicarse a este deporte. Para colmo se aproximaba el partido contra Italia y un diario como La Gazzetta dello Sport se preguntaba si el dueño de casa le podía meter doce goles a los norteamericanos.
De Florencia a Roma, en ómnibus, los tifosi se paraban al costado de la ruta y le levantaban las dos manos. No eran precisamente saludos al seleccionado Yankee. Se trataba de una burla, de enrostrarles que el país anfitrión les iba a meter diez esa misma noche del 14 de junio en el Stadio Olímpico.
En el vestuario tuvieron una emotiva arenga. Gansler confirmó en ese entones que fehacientemente había armado un plantel de hombres ´con huevos´ como había buscado a principios e 1989. Y en el túnel comprobaron que algo estaba cambiando. En las primeras filas estaban sentados otros grandes deportistas norteamericanos como el boxeador Marving Hagler, o Franco Harris y Tom Landry, destacados en el ´football de ellos´.
Italia no le metió diez. Apenas le pudo ganar 1 a 0. «Sabíamos que estábamos eliminados pero, en nuestra mente, sabíamos que esta era la mejor representación de quiénes éramos y qué podíamos hacer. No creo que haya sido un ambiente decepcionante» manifestó Stollmeyer a ´The Guardian´ sobre el clima que se vivía en los camarines post derrota.
Los protagonistas de la Azzurra se habían asegurado un lugar en octavos de final pero también quedaron fascinados por el juego de los norteamericanos. Así que Paolo Maldini, Franco Baresi, y la muchachada de aquél seleccionado se acercó hasta los vestuarios de Estados Unidos para felicitarlos y llevarse algún souvenir.
«Todo el equipo italiano entró y querían intercambiar lo que tuviéramos, lo que te hace sentir genial. Tienes al equipo de Italia, Baggio, entrando y queriendo intercambiar camisetas, lo cual fue bastante increíble. ¡Tengo una camiseta de Baggio!» recordó Mike Windischmann al matutino británico algunos años atrás.
Krumpe, aquél ingeniero que ya había arrumbado su título, también mostró su emoción: «No solo cambié mi camiseta de práctica, también cambié mis sudaderas de práctica». Peter Vermes, que por ese entonces jugaba en el Volendam de Holanda, disparó con añaoranza: «Me dieron la camiseta de Baresi que fue uno de los mejores defensores del mundo».
Al regreso al pobre lugar donde estaban concentrando, la reacción del público local fue distinta. «La gente salía de sus casas nuevamente, y esta vez levantaban sus pulgares o aplaudían» recordó John Polis, el jefe de prensa de la Federación. Ya no eran más los conejillos de indias. Se habían ganado el respeto. Esos 40 mil dólares anuales habían dejado en el pasado el per-diem de los 5 que le pagaban por cada día de entrenamiento. Estados Unidos, hace exactamente 30 años, en Italia 90, descubrió lo que era realmente el mundo del fútbol profesional.