ATLETISMO: A 70 AÑOS DE LA MEDALLA DORADA DE DELFO CABRERA

Los XIV Juegos Olímpicos de Londres 1948, conocidos también como “Los Juegos de la Austeridad” se desarrollaron en una ciudad que se encontraba en proceso de reconstrucción luego de los bombardeos alemanes, enfrascada en una economía de postguerra y, una población que, en general, carecía de bienes y servicios esenciales.

Los atletas se toparon con ese panorama al arribar a la capital inglesa, donde las raciones de alimentos no diferenciaban habitantes estables de atletas olímpicos, y estos debían concurrir todos los días con sus bonos y hacer la cola para llevarse su porción de comida. En ese contexto, no hubo villa destinada a los deportistas y, muchos de ellos, tuvieron que alojarse y dormir en barracas que habían sido de uso militar durante el conflicto bélico.

El 7 de agosto, a las 15.30 horas de un caluroso sábado londinense, se largaba la maratón y, bajo todas estas condiciones, los fondistas criollos llegaban a disputar la tradicional carrera. Unas semanas antes, desde el puerto de Buenos Aires, partía rumbo a Cannes, Francia, el vapor Brasil y en él, la delegación nacional con 242 atletas, de los cuales solo 11 eran mujeres.

Dentro de esa nómina, con 29 años de edad, se encontraba Delfo Cabrera, cuya preocupación por esos días se centraba en conocer cuáles serían las condiciones para entrenarse en la cubierta del barco y no perder su estado físico en las tres semanas que duraría el derrotero transatlántico, lapso durante el cual, además, tendría que dormir en el piso de abajo del buque, lugar que fue destinado a los deportes más pobres como el atletismo y el boxeo, mientras que las damas y las disciplinas de la clase alta viajaban en Primera.

El hombre nacido en Armstrong, Santa Fe, desde muy joven, debido al fallecimiento de su padre, cuando salía de la escuela, trabajaba en el campo recogiendo maíz a mano y en los momentos libres, jugaba al fútbol en el Club Gimnasia y Esgrima de su pueblo natal. Pero el triunfo de Juan Carlos Zabala en la maratón de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932 lo marcó e inspiró, entonces comenzó a entrenarse, corriendo detrás de los sulkys mientras una vecina, Doña Isordi, cronometraba y registraba sus tiempos.

El 23 de enero de 1933, con solo 13 años, corrió la “Vuelta de Armstrong” llegando en segundo lugar, y provocando el asombro de los vecinos. Años más tardes, luego del servicio militar, el maestro Don “Pancho” Mura lo llevó a Buenos Aires donde comenzó a entrenarse y competir en las filas del Club San Lorenzo de Almagro. Allí se hizo profesional y fue multicampeón nacional y panamericano en distintas distancias. Sin embargo, llegó a la largada de la cita olímpica sin haber corrido jamás los cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros de una maratón.

Entre los 41 inscriptos, los argentinos, vistiendo musculosa blanca con dos franjas celestes horizontales a la altura del pecho, se ubicaron para sobre el lado derecho del pelotón esperando el disparo de salida. Armando Sensini llevaba el dorsal 232, Delfo Cabrera el 233 y Eusebio Guíñez, de los tres, el de mayores posibilidades según los pronósticos previos, tenía el número 234.

En el comienzo de la carrera, el coreano Yun Chi Choi marcó el camino pero luego fue el belga Etienne Gailly el que comandó las acciones durante gran lapso del recorrido, delante del sueco Gustav Ostling y el sudafricano Sidney Luyt. Siguiendo el plan estratégico de Mura, el mendocino Eusebio Guíñez, en los suburbios, se mezcló en el lote de punta con la intención de desgastar a los candidatos, y hasta incluso en algunos tramos llegó a liderar la competencia.

Después del kilometro treinta y siete, el “Indio” Cabrera levantó el ritmo, comenzó a escalar posiciones e ingresó al estadio unos cincuenta metros del paracaídista belga. Al europeo se lo notaba quebrado físicamente, extenuado por el calor y transitaba la pista de ceniza casi trastabillando. Ni sus piernas ni la cabeza ya le respondían y en una secuencia casi cinematográfica, cuando rotó su cuello y observó el andar firme de Cabrera, que corría erguido, a paso firme y braceando casi sin esfuerzo. En ese entonces supo que su suerte estaba echada.

Ante más de 70.000 personas en las tribunas del mítico Wembley, y en un sprint final admirable, el argentino pasó al frente para cruzar la meta antes que nadie con un tiempo de 2h34’51” y, como había sucedido justo dieciséis años antes con el “Ñandú Criollo” en Los Ángeles 1932, se colgó la última medalla dorada del atletismo argentino hasta la fecha.

Completando una faena extraordinaria de los fondistas nacionales, Eusebio Guíñez arribó en el quinto lugar y el bahiense Armando Sensini finalizó noveno. Esa epopeya de colocar a tres representantes de un mismo país entre los diez primeros de la maratón olímpica se mantuvo vigente por más de medio siglo hasta que los etíopes igualaron la hazaña de los sudamericanos, recién en los juegos de Beijing 2008.

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Acuariano desde febrero de 1976. Nació con un amor casi enfermo por el deporte, desde chico se refugió en la escritura e inesperadamente, ya adulto, pudo combinar y disfrutar de esas dos pasiones. El turismo aventura es otro de sus cables a tierra y Cortaderas su lugar en el mundo.
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